Siempre recordaré ese paraíso que tu y yo creamos en el cuarto de arriba de esa casa vieja, la noche que nos abrigó en la terraza cuando mi cara se acomodó en tu cuello y yo conocía tu estatura; voy a recordar cuando hacíamos el amor mientras caía la ese aguacero, que en otro momento hubieras ocupado para dormir, y la tarde de sushi y vino donde me abriste tu corazón. En ese lugar vimos nuestro reflejo. Nos reconocimos; ahí te hablé del amor y de la espera, y tú me confesaste tus antagonismos mientras yo los difuminaba con la poesía de nuestra historia y tú te sabías única. Ese lugar como tú están marcados en mi alma. La flor que me dejaste vivirá conmigo, la intención que tiene o la que yo le creé y el día que me llevaste el desayuno a la cama. Pasar por ahí será acordarme de esto. Escribirlo será llevarlo conmigo siempre.